El hombre que robó mi sitio en el autobús

Me despierto porque tiembla el móvil alarmado y puntual sobre mi escritorio, la claridad que entra por los poros de la persiana en mi habitación es todavía del color naranja de una farola municipal. Lo primero que me viene a la mente al despertar es su cara triste ocupando mi asiento. Mientras me despabilo me doy cuenta de que algo no encaja. Normalmente sobre mi cabeza recién levantada planea alguna mujer que tiene la manía de no hacerme caso o algún propósito tipo: sonríe y el día irá bien, incluso me da por analizar en vano los sueños cuando coincide mi despertar con la fase REM. Pero hoy no, hoy es una cara chata con gafas y arrugas, y eso me empieza a preocupar, empiezo a creer que tengo cierta obsesión mental con aquel tipo.

Intentando remediar esa secuela empiezo a analizar la situación y buscar soluciones. Quizás el que ayer antes de acostarme viera la película La leyenda del Indomable hace que mis pensamientos sean más rebeldes de lo que acostumbran. Hoy tengo que hacer algo, no puedo permitirlo, hoy tiene que salir de ahí, de mi asiento, no hay otra posibilidad. Luego pienso que quizás ha sido una simple casualidad, que soy un malpensado, a lo mejor hoy está en otro sitio, aunque también creo que  3 días son ya demasiados, y exactamente esos son los que el usurpador lleva en mi asiento. Este monólogo me recorre, cada vez más caliente, por dentro sincrónicamente al agua de la ducha por fuera. Tengo que actuar, durante el café voy pensado qué hacer, qué decir y esa duda me pone, todavía sonámbulo y maldito, por mi calle sin flores.

Chispea, de camino a la parada barajo nuevos escenarios, empiezo a pensar que quizás no debería hacer nada, debería hacer como otra veces, dejarme ir, no buscar conflictos por una estupidez como es que mi asiento favorito de autobús lo ocupe un extraño, entonces pienso en su indiferencia hacia la ventana que enseña Madrí y comienzo a revolverme, es un estúpido, un ignorante, no merece mi huida, lo que se merece es una lección, o al menos un sitio menos privilegiado que el mío.

Tras 5 minutos de espera bajo la marquesina aparece el ronquido alegre del 17 por la curva. Al entrar en el autobús noto un aire caliente y viciado dentro, mal empezamos, cambio mi hábito de saludar al conductor por una mirada de francotirador al fondo, busco mi hueco o un problema, y sí, ahí está el problema, en el último lugar del autobús, ensuciando mi butaca, dejando empañar mi ventanal sin ninguna consideración, con el mismo gesto simiesco y absurdo, leyendo su periodicucho, con la misma vestimenta hortera que ayer, inmediatamente noto como el corazón me pide más sangre, cómo se acelera al mismo ritmo que el autobús por la cuesta del cementerio.

No tengo más opción que ir, enfrentarme a aquel hombre, ya no barajo casualidades, abandonos, no ya no, debo actuar. Voy hacia él, no me importa el resto de la masa somnolienta, no tengo miedo, no tengo nada que perder. A la altura del Vicente Calderón me planto delante y me hago notar golpeando con seguridad su periódico arrugado y gratuito con un manotazo, “Eh, tú, parásito“_le digo con mi voz más temeraria_”ese es mi sitio, levántate“_. Alza entonces sus ojos por encima de las gafas y me contesta, “NO”, simplemente, llanamente, sin aspavientos, sin violencia, me asusto, no esperaba esa respuesta, NO.

Aturdido por la contestación me retiro al asiento vacío que tengo más cercano, dos delante del tipo. Ese pedazo de cabrón me ha intimidado con su lacónica respuesta, y me doy cuenta de que estoy sentado en un mal sitio, sobre todo cuando alguien tiene la brillante idea de sentarse en frente y en contra de la dirección del autobús y su mirada tiene que cruzarse con la mía.

Llegando al Paseo de Pontones la calefacción del autobús parece rondar los 48º C, acalorado, sentado y nervioso empiezo a pensar que soy un perro cobarde que a las primeras de cambio se da por vencido, no puedo consentirlo, vaya una mierda de tío que estoy hecho, apelo al orgullo y empiezo a animarme de nuevo, venga, pero qué coño se habrá creído este saco de alfalfa, me levanto con ímpetu y vuelvo a su cara, de nuevo tapada con el periódico.

Ahora no controlo la situación, estoy encendido pero mi primer encuentro con él ha hecho que mi voz temeraria parezca ahora el sonido de un clavicordio, carraspeo un poco y le digo “te repito… que ese es mi sitio…, espantapájaros, aparta de ahí o… o se lo digo al conductor”. Qué tipo de amenaza es esta, ridícula, ya no sé ni lo que hago ni lo que digo, estoy perdiendo mi arrojo por momentos y parezco un niño perdido en una feria. Su respuesta es la misma “NO”, mismo tono, mismo desdén, misma sensación la mía de ser un estúpido que intenta imponer su razonamiento a un gorila urbano, “NO”, ahora sí que mi cabeza me dice que debo huir despavorido. Ya sin mirarle intento que no se note mucho mi estado de gallinácea, no sé qué hacer si bajarme en la próxima parada u ocupar mi antiguo sitio, que ahora me parece de lo más placentero, pero una señora con paraguas que se ha subido en la fábrica de Mahou ya me lo ha quitado y tengo que sentarme en uno de esos asientos destinados a minusválidos, embarazadas o ancianos, elijo esta opción intentando que la escena parezca lo más natural posible.

Mi frente empieza a parecer un geiser, no veo el momento de llegar a mi parada, un niño en un carrito llora, por momentos creo que es mi subconsciente, no me atrevo a levantar la mirada del suelo pegajoso del autobús, y el niño sigue llorando, el calor empieza a ahogarme, y el niño parece que ha visto Herodes y sigue con su llanto por la glorieta de puerta de Toledo, y mucho calor, el niño sigue a lo suyo, el individuo que me ha usurpado mi sitio sigue plácidamente tras su NO, sigue chispeando fuera, el niño parece torturado por la inquisición, más calor, más sudor, bua bua bua bua, el autobús para y mi instinto de supervivencia me lanza a la fuga, fuera de  esta interminable odisea.

Estoy en la parada de la calle Toledo con Calatrava, al salir tengo la misma sensación de emoción que cuando veo el mar. Corre ese aire que precede a la tormenta y levanta papeles y hojas, y por fin, torna el chispear en lluvia. Llueve y veo alejarse al 17 con el buitre de mi asiento, con el llanto del niño, con ese calor de hospital. Llueve y no me importa mojarme. Por mi cara aparece una sonrisa al observar que camino, pensando ya en otra cosa, por la calle del Humilladero.

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3 Respuestas a El hombre que robó mi sitio en el autobús

  1. Hermi dijo:

    Muy bonito el recorrido por Madrid, para que luego digan que no leo tus cositas.
    Besos y aprovecha la siesta……

  2. Monilla dijo:

    Simplemente, maravilloso.

  3. clarissa dijo:

    Me ha encantado, me he reido y también me ha inspirado mucha ternura. Cada vez que vea pasar el 17 me acordaré de mi poeta de Carabanchel favorito y de cómo hizo de un robo sin intimidación una narración maravillosa. 🙂

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