Siembra mi saliva de jaguar
canela por tu pecho de jungla.
En tu templo se envenenan
las sombras de las manos
mientras temes y amas cómo te miran ahora mis ojos,
ya sin laberinto.
Mi boca desaprende las palabras
y vuelve a los ritos y al tambor,
a la humedad de la tierra sin patria.
Se retuercen las sábanas y los relojes,
no hay alarma que te salve
cuando alcanzo tu fondo último
con todas mis aristas hechas brote.
Se arquean y cimbrean y quiebran
las espaldas de los gatos negros
con tu cuello como asesino testigo.
Cuerpos en escalofrío de gozo
con tu vientre como epicentro
o como tumba
o como último segundo de nuestro jadear.