Vino a verme desde Boston

          Había decidido prescindir de las caras conocidas y descubrir el rostro de la ciudad sin equipajes.  Así llegué, con los zapatos torcidos y el cuello en bisagra permanente, al rincón de palomas y suicidas que es Bryant Park. Cómo no sentarme en las ligeras mesas verdes y sacar mi cuaderno recién encordado, cómo no sonreír a la mujer de vestido de flores, cómo no agarrar el cigarro como indígena y soñar fumando todas mis tristezas…. Y así fue como sucedió el milagro, salió de detrás del carrusel donde los niños no tienen idioma, su traje blanco de cirro y su sonrisa de poeta le delató. Vino a mí porque sólo yo sabía quién era y porque sólo yo le buscaba. Cogió el tren de las 15.30 en Boston y tras estirar las piernas en Central Station se sentó a mi lado. El respeto era mutuo, y poco a poco los silencios se encontraron, después de una estampida de palomas asustadas me habló en perfecto inglés, esto es lo que me dijo Pedro Salinas:

No rechaces los sueños por ser sueños.
Todos los sueños pueden
ser realidad, si el sueño no se acaba.
La realidad es un sueño. Si soñamos
que la piedra es la piedra, eso es la piedra.
Lo que corre en los ríos no es un agua,
es un soñar, el agua, cristalino.
La realidad disfraza
su propio sueño, y dice:
«Yo soy el sol, los cielos, el amor».
Pero nunca se va, nunca se pasa,
si fingimos creer que es más que un sueño.
Y vivimos soñándola. Soñar
es el modo que el alma
tiene para que nunca se le escape
lo que se escaparía si dejamos
de soñar que es verdad lo que no existe.
Sólo muere
un amor que ha dejado de soñarse
hecho materia y que se busca en tierra.

          Yo asentí sabiendo que luego entendería. Pedro entonces guió sus dedos cargados de poesía y tierra hasta el bolsillo interior de su chaqueta. Sus manos lentamente desgomaron una cajita metálica rellena hasta el borde de picadura de tabaco y algunos papelillos de arroz perfectamente doblados. Mientras, las palomas regresaban a las migas y al cortejo, los niños seguían gritando y la chica del vestido de primavera florecía. No he visto nunca mover con tal arte el papel, el tabaco y la saliva como a Pedro Salinas. Me di cuenta entonces que Pedro no estaba muerto, él se soñaba vivo y por eso vivía. Yo mismo respiré el humo de vida expirado de su boca, caliente y denso como la cintura de una mujer.  

          Los edificios de Nueva York se desangraban en luces de crepúsculo, dulcificaban sus formas en copas de árboles centenarios, olmos y sauces, y el bullicio de la Quinta era solo el coro ronco del saxofón del afro apoyado en el reluciente escaparate de vestidos de novia. Nada importaba ya menos Pedro Salinas. Entendí la visita en cuanto que las palabras se abrieron:

_Tomás Chiloeches Polo, ese es tu nombre o eres tú, Tomás Chiloeches Polo. Sólo yo sé quién eres tú y quién soy yo, también sé que ambos estamos vivos y estamos muertos. Tú eres un poeta.

Jamás mis oídos escucharán frase más bella, más necesaria y más incierta.

_ Tú eres un poeta, eres un poeta, yo….

          De repente el vacío a mi lado, las palomas, el carrusel con ritmo de galope, la mujer del vestido de amapolas, todos los edificios de la ciudad mirándome,  y ya no estaba Pedro Salinas. Agarré la colilla humeante del suelo y entrelacé tres o cuatro caladas, sonreí.

          Pedro Salinas, el gran poeta, alma en verso, vino a verme desde Boston para decirme que él ya no puede porque está muerto, pero que lo haga yo, que me crea yo, que sea poeta, y que escriba.

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Una Respuesta a Vino a verme desde Boston

  1. Sara dijo:

    Un día me desperté dentro de un sueño, y vi a un poeta escribiendo versos y prosa.
    Aún no he querido despertar, y el poeta tampoco.

    Chilo, eres bueno.

    Un besazo de una musa.

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