A veces te reúno en las palabras
y escribo algo bonito, yo lo sé,
pero me duelen esas palabras
como me duele esa pena tuya,
tan honda y gris.
Puedo decir
“qué de luz entra en mi estancia
por tu ventana, mujer eléctrica
con temblor de candil”
Puedo decir
“barricadas de hojas de otoño
son tus ojos, nunca tristes
pero tampoco enamorados”
Y el alma se retuerce después.
Voy entonces a los sustantivos
como arrecife o sendero,
o a los verbos como orillar
o emprender
o seducir.
Y las escribo todas con prisa,
para que las leas despacio,
sin que se mueva nada dentro de mí,
y no te toquen,
y nunca más te toquen,
ni te salven, ni te inventen.