Habitas
los papeles en ruinas,
los poemas de marfil,
los libros de mínima cintura.
Te hiciste a ti misma recuerdo,
cáliz vehemente,
pretérito perfecto
(he amado).
Me devolviste con harapos,
lleno de noche,
sucio de sueños amarillos.
Habitas en azules pinceladas
de primavera, en poesías enmarcadas,
en la enciclopedia,
en la memoria que ya no sabe
ni como te llamas.
Hoy no llama
porque tiene
el baile cierto
que sus pies
invocan.
Ni recuerda,
ni sueña
ya tumbada
entre nubes
con mi último
poema escrito
sin guía.
Y no llama
porque aun
le queda querer,
aun peligra
su cordura
si nos encontramos.
No me llama
porque mi voz
a veces la trastoca,
confunde
su ternura,
la hace sentir
que es el triunfo
y también
la derrota.
Estrella, tú que duermes bajo el lago lunar
de sus ojos anhelantes,
deja que pinte el arco iris sobre su pecho
simulando polen del rosal.
Salta infinita entre mis dedos dejando
ese color de tempestad contenida.
Emana de ellos agua esquiva mezclada
con la marea de un puerto nostálgico.
Ahora me encuentro inerme ante tu tardío amor,
esperando tu cuerpo y el rocío de tus párpados.
Quiero que la sal me conduzca la arrecife de tus labios,
dormir en salinas de esperanza,
buscar el rumbo de las olas y encerrar la ira
con conchas labradas de melancolía oceánica.