1998 (II)

Habitas

los papeles en ruinas,

los poemas de marfil,

los libros de mínima cintura.

Te hiciste a ti misma recuerdo,

cáliz vehemente,

pretérito perfecto

(he amado).

Me devolviste con harapos,

lleno de noche,

sucio de sueños amarillos.

 

Habitas en azules pinceladas

de primavera, en poesías enmarcadas,

en la enciclopedia,

en la memoria que ya no sabe

ni como te llamas.

 

 

Hoy no llama

porque tiene

el baile cierto

que sus pies

invocan.

Ni recuerda,

ni sueña

ya tumbada

entre nubes

con mi último

poema escrito

sin guía.

 

Y no llama

porque aun

le queda querer,

aun peligra

su cordura

si nos encontramos.

No me llama

porque mi voz

a veces la trastoca,

confunde

su ternura,

la hace sentir

que es el triunfo

y también

la derrota.

 

Estrella, tú que duermes bajo el lago lunar

de sus ojos anhelantes,

deja que pinte el arco iris sobre su pecho

simulando polen del rosal.

Salta infinita entre mis dedos dejando

ese color de tempestad contenida.

Emana de ellos agua esquiva mezclada

con la marea de un puerto nostálgico.

Ahora me encuentro inerme ante tu tardío amor,

esperando tu cuerpo y el rocío de tus párpados.

Quiero que la sal me conduzca la arrecife de tus labios,

dormir en salinas de esperanza,

buscar el rumbo de las olas y encerrar la ira

con conchas labradas de melancolía oceánica.

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